
Hoy en día en las academias de arte de muchos países existen profesores dispuestos a viciar desde sus inicios una trasformación autentica en las artes plásticas contemporáneas. Algunos sobrevivientes del arte de otras décadas, aun siendo ya viejos, manejan una consciencia perversa y cínica cuyo único objetivo es llevarse por delante la esperanza de los futuros artistas de este nuevo siglo.
Triste realidad la que enmarca la desorientación del joven estudiante de arte. Formado en el alzamiento de armas conceptuales, intentará algo más perverso: catequizar a su sociedad buscando refugio donde no lo hay. La cueva de lobos que había sido hasta entonces la universidad lo ha arrojado como profesional hacia el descalabro. Aun así, intentará hacerse un nombre.
Para ello recurrirá al grito de ebrias consignas y finalmente terminará sucumbiendo en una mala utilización de los recursos técnicos, tecnológicos y mediáticos a su alcance; aquellos que permitirían el engranaje de su trabajo con los demás sectores productivos de la sociedad: esta es la triste realidad de los don nadie.
La separación entre el trabajo artístico y la industria cultural unido a los alternativas neo-conceptuales, - ilusorios engaños de las mafias filosóficas - son circunstancias que impiden a la creación llegar a ser una labor constructiva y generadora de riqueza social.
Al no entender las posibilidades que ofrece el sistema cambiario poco o nada se puede esperar del artista como transformador de la sociedad. La industria cultural participa de la vida económica de un pueblo, tal como se observa en el cine, en la música y en el teatro.
Colosales civilizaciones emergieron en el siglo XX, construyendo imaginarios colectivos como factores de identidad. Hollywood y Japón. ¿Qué labor han jugado y están jugando en ese sentido las artes plásticas en nuestros espacios locales?
La cueva de lobos en que se han convertido las facultades de arte, la producción de anticuerpos intelectuales y la manera como se corrompe la actividad investigativa con el opio del marxismo, lleva a la producción y distribución de torpes engaños, de un arte oficial que es aceitosa masa de ponqué, no de azúcar más bien desagradable engrudo que beneficia procesos sobre resultados, determinando una época que está en declive.
Las exageraciones y aberraciones producidas por actuales imitadores del conceptualismo avalados por éticas de los años sesenta hoy entorpecen el libre curso del trabajo del espíritu artístico, que debe estar ligado necesariamente a la industria cultural.
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