lunes, 16 de marzo de 2009

Iglesias conceptuales



Editorial
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Cada día que pasa se hace más evidente que para realizar una reflexión artística seria y de interés para el arte contemporáneo, nuestro estudio deberá tener poco o prácticamente nada que ver con las ideas acomodaticias sobre lo que es o no es arte, según la autorización que hasta ayer debíamos pedirle a los custodios de las prácticas neoconceptuales, vigentes en la década pasada.

Gracias al relevo generacional - normal en cualquier época del mundo - hoy quedan atrás las tendencias conservadoras y caducas que basaban sus fundamentos en el conceptualismo postmoderno: su discurso famoso ha escondido siempre el menosprecio ejercido sobre cualquier intento de vanguardia actual bajo el lema de la pluralidad reinante. Mejor argucia no podía existir para establecer, en realidad, la peor de las dictaduras.

Sin embargo, ante el derrumbe flagrante de tales barricadas y anticuerpos del discurso imperante, los pintores de las cuatro esquinas del planeta celebramos con euforia la defunción de Arthur Danto. En realidad, sobre su tumba danzamos con gran alegría y hasta el amanecer como respuesta ritual y estética frente a un arquetipo de la manipulación. ¿Tanta acogida tuvo en la cultura una idea tan santurrona como la proclamación de la muerte del arte? ¿A cuantos deshonestos mantuvo pensando aquel astuto durante meses?

Lo sabemos bien: por haber mordido el anzuelo, los artistas débiles en el ámbito del refinamiento mental, corporal y motor hoy se derrumban y se bañan en un vomito letal, logrando con ello asombrar, por su incultura, al nuevo humanismo con que despierta la generación de creadores de este nuevo siglo.
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Hasta entonces la belleza era un sinónimo de los vicios del teórico de turno, adorador de retretes y quien disociaba constantemente las palabras y los actos. Y aun así, moribunda, esta escuela de pensamiento propia de la generación que oscila entre los cuarenta y sesenta años intenta inyectar en el presente el viejo truco del nihilismo adolescente que tiene en el infantilismo su objetivo final.

El ultimo bramido de esa forma de ver el arte, todos los sabemos, fue el de intentar ligar la creación artística a los estudios sociales y así defender bajo la antropología culturalista el desierto de la plástica contemporánea. Pero ya para entonces el arte estaba comenzado a ser salvado por el mercado. Al tiempo, solo aquellos que, desde las universidades, buscaban robar dineros públicos seguian la línea neoconceptual.

Al final de los debates moribundos, del discurso del análisis del discurso se evidencia hoy una forma de expresión agonizante que se lleva consigo al horno crematorio todo su vocabulario.
Para hablar sobre el arte actual otras definiciones, otras palabras surgen en medio del hollín recalcitrante de las sectas adoradoras del concepto. Es evidente que entre el humo algunos seguirán aferrados a la indefinición como virtud, porque buscan pervivir como corruptos.
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Y es verdad que esa forma de vida fue la ùnica y gran enseñanza que quedó de aquella gran escuela de finales del siglo pasado.
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La dirección.

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